miércoles, mayo 02, 2007

Llenar el vacío: Marc Augé en Chile

El otro día fui a la Biblioteca Nacional a escuchar al antropólogo francés Marc Augé y por poco no logro entrar a la sala. Y es que el evento estaba literalmente repleto de gente, en su mayoría universitarios, pero también escolares, muchos con sus cuadernos de nota o un libro del autor bajo el brazo. A ratos me sentía en un recital del argentino Kevin Johansen o más precisamente, en una clase magistral del maestro M. Foucault en el París de los años sesenta, época de máximo fervor intelectual según dicen, donde los jóvenes salían a las calles a hablar de existencialismo y los filósofos eran verdaderos faros de esperanza. De hecho, algún tipo de regresión simbólica al Paris de esos años tiene que haber experimentado Augé al enfrentarse a un público desplegado por todas partes del recinto, con niñas sentadas a sus pies con cámaras digitales y otro número importante de gente parada sin siquiera poder ver al expositor, pero con la sensación cierta de estar formando parte de algo importante. En jerga cinematográfica, lo de ese día en la Biblioteca fue un indiscutible éxito de taquilla.

Cualquiera diría que este fenómeno de masividad se explica por la relevancia de la obra de Marc Augé en el ambiente intelectual capitalino. Es la lectura más lógica de todas, pero sería demasiado simple. Tiendo a pensar que lo de Augé responde a otro fenómeno, a una necesidad más existencial que racional, a un interés generalizado por instancias que proporcionen sentido. (Pero un paréntesis antes de continuar. Marc Augé es conocido por su concepto de no-lugar, símbolo de los espacios urbanos contemporáneos, donde el anonimato, la frialdad y la funcionalidad se funden para proyectar la imagen de lugares sin identidad ni memoria, ciudades de usuarios y consumidores en transito: hoteles, cajeros automáticos, supermercados, autopistas, aeropuertos, estacionamientos, etc. La idea de no-lugar apunta, finalmente, a la muerte de la experiencia urbana en el sentido más romántico del término: lugares sin solidaridad ni cruces de experiencia creativas, sin intereses comunes ni socialización).

Pero volvamos a la pregunta de más arriba, ¿qué explica la fascinación que despierta en Chile el antropólogo francés? Creo que lo de Augé va más allá de una cosa intelectual, y responde a la necesidad de curas simbólicas que contrapesen la pura funcionalidad en la que estamos insertos muchas veces. No es necesario ser cristiano para darse cuenta que la gente anda en una búsqueda extraviada de sentido, instancias que permitan salir del reino de los no-lugares y reencantar el mundo con experiencias epifánicas, abundantes en significados y socialmente cálidas. No es que los autos, la TV, los microondas y Malls sean ineficaces en el mejoramiento de la vida, pero cada vez resultan menos satisfactorios, y por lo mismo, la búsqueda de sentido se vuelve hoy central, casi en un deber a partir de la cual conducir la identidad. El sentido como la manera de detener la sensación de incomplitud, de detener el flujo permanente y de dar forma a nuestras acciones.

La exposición del francés Augé - pourquoi pas - se vincula de manera profunda con este fantasma que recorre las ciudades modernas por hallar sentido y atajos para ser feliz. De alguna manera los intelectuales del mundo se han trasformado en íconos de la nueva espiritualidad, aquella que ensancha las vías convencionales para mejorar la vida y encontrarse a sí mismo. Así como hoy abundan libros, centro y especialistas de todo tipo encargados de ofrecer estilos de vida con sentido, también crecen los intelectuales que responden a esta misma lógica - desde luego no como una estrategia conciente de parte de ellos - sino como una necesidad cultural de encontrar sustitutos a la felicidad mercantil. Indirectamente, las teorías y discursos intelectuales también sirven como referentes a los cuales acudir sin mayores compromisos; podemos entrar y salir de ellos con la misma facilidad con la que entramos a un curso de hipnosis para luego entrar a otro de magia corporal. En una época en que cada vez es menos perceptible el silencio y el ruido lo monopoliza todo, los sentidos tienden volverse escasos, transitorios e intercambiables. Dicen que ya pasó la época en que los sentidos eran estables, puntos de referencia permanentes y globales para todos. Hoy esos sentidos pueden encontrarse en diferentes partes y bajo títulos distintos, incluso en una exposición sobre los no-lugares en la ciudad contemporánea.