jueves, junio 02, 2011

Le gamin au vélo (El Niño de la Bicicleta) de Jean-Pierre y Luc Dardenne: cuando la bicicleta es algo más que pedalear.


Dos películas se me vinieron a la mente al ver Le Gamin au vélo, el último trabajo de los hermanos Dardenne: el “Ladrón de bicicletas” (1948) dirigida por Vittorio de Sica, y “Le Petit Voleur” (2000) del director francés Erick Zonca. La historia de la nueva cinta de los hermanos Dardenne gira precisamente en torno a dos personajes centrales: una bicicleta roja y su dueño Cyril, un niño de 10 años ad portas de convertirse en delincuente. Pero las semejanzas con De Sica y Zonca llegan hasta allí. Si en “El ladrón de bicicletas” es un padre desesperado por la escasez material de su familia quien se refugia en la bicicleta como fuente de trabajo, en “Le Gamin au vélo” es Cyril - hijo de un padre que perdió el sentido de la paternidad (encarnado por el excelente Jérémie Renier, actor fetiche de los realizadores belgas)- quien encuentra en la bicicleta un vínculo fusional, más seguro y estable que el establecido con cualquier otra persona. Y si “Le petit voleur” de Zonca nos cuenta una perfecta historia sociológica de determinismo social, los Dardenne introducen la posibilidad de romper ese fatalismo, sin atisbos de lección moral, mostrando solamente acciones que se encadenan una tras otras.

Le Gamin au vélo es una película que vale la pena ser contada desde el punto de vista de la bicicleta, objeto que acaba de celebrar sus 150 años desde su invención por Pierre Michaux. Es a través de los sucesivos y circulares movimientos de esta tecnología por la pequeña ciudad de Seraing (ciudad natal de los realizadores y el escenario de casi todas sus películas) que los hermanos Dardenne van componiendo una historia que tiene, a mi juicio, la gran fuerza de tratar con el mismo cuidado y atención el vínculo emocional entre humanos y el lazo que se puede producir entre personas y objetos, en este caso la bicicleta de Cyril.

La bicicleta encarna ese lazo de Cyril con su padre y, al mismo tiempo, su ruptura y negación. La primera imagen de la película muestra a Cyril desorbitado de impotencia, golpeando murallas y tratando de escapar de una institución para niños huérfanos. Luego entendemos el por qué de esa rabia. La furia del niño que inaugura la película no es tanto por el rechazo de su padre que ha enviado a su hijo a un hogar para niños abandonados, como por el acto de su padre de haber vendido su bicicleta. Cyril experimenta ese acto como una traición, con el sentimiento de haber sido separado de su mejor amigo, su bicicleta. En sus esfuerzos por encontrar su bicicleta, Cyril encontrará en el camino la figura Samantha, una linda peluquera de la ciudad quien le devuelve la bicicleta, estableciéndose un lazo fuerte entre ambos. No sabemos con toda certeza si Cyril encuentra efectivamente sosiego y paz con Samantha, pero al menos sabemos que ella se transforma en su Hada al permitir reencontrarse con su bicicleta.


Asimismo, gracias a la bicicleta identificamos la geografía de la trama, los lugares que se repiten una y otra vez a lo largo de la película. No podemos decir que es Cyril el que conduce la acción de la bicicleta, puesto que la bicicleta fábrica sus propios espacios y hace hacer al protagonista. Es una relación de co-producción entre el niño y su artefacto. En la historia del film la bici pasa de estar estacionada en la seguridad de la peluquería de Samantha, al bosque donde se encuentra el peligro y lo prohibido. Es aquí donde Cyril aprende sus primeros pasos antes de cometer el robo que lo llevará a estar a punto de la muerte. Vemos también la bicicleta en acción en el restaurante donde trabaja su padre, que hace de escalera para que Cyril monte la muralla y pueda encontrar a su padre, que en uno de los momentos más fuerte de la película, no tiene vergüenza en decirle en la cara de su hijo que no quiere verlo más. Luego está la gasolinera, otro espacio importante, pero extremadamente ambivalente. Es allí donde el joven protagonista encuentra las primeras pistas de cómo encontrar su bici, pero es allí también donde repara su bicicleta con el dinero del delincuente de la ciudad.

Finalmente esta el escenario de las calles del pueblo, donde ambos personajes se fusionan en “Cyril-Vélo” para desplazarse y conectar todos los puntos de su historia. Sin énfasis de ninguna especie la película tiene largos travellings donde vemos al niño rodando en su bicicleta silencioso. Aquí los realizadores muestran que para Cyril pedalear arriba de su bicicleta es un acto existencial, un acto de libertad absoluta, un refugio. Andar en bicicleta es mucho más que un puro acto funcional para el protagonista: es, ante todo, un modo de existir, una prueba de estar en el mundo. A través de ella, Cyril explora y analiza sus pensamiento y angustias, transpira y contempla el entorno. No sabemos si la bicicleta lo acerca o lo aleja de la comunidad humana. No sabemos si está triste o feliz.

La fuerza del cine de los hermanos Dardenne (palma de oro en Cannes por Rosetta en 1999, L'Enfant en 2005) es que no da lecciones moralizantes, y más bien explora esos lugares concretos donde la moral se pone a prueba. Un cine que suspende el sentimentalismo para concentrarse en el estudio de la moral en su pluralidad. Un cine de extremo realismo que logra seguir de cerca a sus protagonistas, dejando de lado la mirada externalista para dejar que las cosas se manifiesten. Un cine que no explica la acción de sus personajes (nunca sabemos porque Samantha decide encargarse de Cyril) sino que la muestra desenvolviéndose. Un cine que apuesta por comprender los actos de sus actores, sin a prioris sociológicos ni psicológicos. Un cine humilde capaz tomar en serio el papel de los objetos y mostrar cómo una simple bicicleta puede hacer cosas y dejar profundas huellas en la historia de una persona. Sin duda del mejor cine que podemos encontrar en la actualidad.

domingo, mayo 22, 2011

The Tree of Life: cartografiando el mundo




Ayer vimos con la Vero y otros amigos “The Tree of Life" de Terrence Malick, el más reciente trabajo del mismo realizador de “Days of Heaven”, ésta última extremadamente que recomendable para los que no la han visto. La última película de Malick es ante todo una obra religiosa, una letra de amor enviada hacia el cielo. Una epopeya mística solo comparable a Odisea del espacio de S. Kubrick. Sin duda conmovedora y un placer visual notable desbordante, pero el espíritu profético del filme a ratos la vuelve horrorosamente pretenciosa. Y es que la historia de una familia americana en Texas de los años 50, aparece como un pretexto demasiado humano, casi mundano, para una película que se propone ahondar en los misterios de la creación del mundo y el sufrimiento humano.
La película abre con una breve cita al libro de Job, planteando de entrada el problema de la teodicea: ¿dónde se encuentra Dios cuando el hombre bueno y justo recibe tanta desgracia?. La película puede ser entendida como una exploración a esta pregunta, proponiendo un abordaje narrativo-conceptual extremadamente estético, tanto así que por momentos el espectador se siente presenciando una propaganda National Geographic.
Pero principalmente Malik nos invita a conocer su versión de por qué el bien puede reportar el mal. Este problema lo va a narrar a través de la historia de una familia perfecta, constituía por un padre ingeniero y autoritario, una madre dueña de casa llena de amor y tres hijos, que de golpe sufre el desencantamiento del mundo por la muerte de uno de los hijos. Pero esta historia mundana va tener su correlato en el más allá a través de imágenes cósmicas que muestran la incesante creación y destrucción del mundo. Malik destina más de veinte minutos a cartografiar diversas imágenes de un mundo en formación. Acompañado de una música litúrgica y solemne, el realizador filma volcanes en erupción, estrellas y cascadas en acción. La sensación es que Malik hace desfilar estas imágenes para mostrar que alguien hizo todo esto, que hay un trabajo fino de composición que no podemos olvidar ni desconectar de nuestra vidas. Por eso las imágenes de fundación del mundo están acompañadas de una triste y suplicante vos en off que susurra preguntas de dolor y arrepentimiento. La causalidad que busca dejar establecida The Tree of Life es clara.
Una película notable por su forma de observar la naturaleza humana y no-humana, por la pluralidad de punto de vistas que toma la narración, y por su esfuerzo permanente y sin duda místico-religioso de querer conectar el micro-cosmos humano con el macro-cosmos del mundo. Un ensayo visual que explora nuevas formas de restituir, visual y narrativamente, la vida en la tierra. Tal vez es mucho decir que salí mejor persona del cine, pero si algo diferente.