viernes, octubre 21, 2005

Godard está Vivo

















Jean-Luc Godard es lo que se llama una figura de culto. Una marca registrada que puede darse el lujo de disfrutar de ser quien es sin tener que actualizar su estilo. La actitud, el personaje que el encarna, es de las cosas más cinematográficas de la historia del cine. Su perfil vanguardista quedó sellado en el cielo del cine con la fuerza de la inmortalidad, y sus películas se ven en todo el mundo con el mismo respeto con que se lee a un filósofo moderno. Y siendo así, ya nadie se interesa realmente en él, no esta in investigarlo. Uno puede culpar al sistema de mercado o a al imperio de Hollywood, pero el hecho es que Godard ha dejado de ser un suceso nuevo, desafiante y alternativo para la crítica. Se trata de uno de esos fenómenos que con el tiempo se vuelven rancios, hasta incluso cursi, y pasan a convertirse en clichés, como ha sucedido con el marxismo, el postmodernismo y otros movimientos artísticos. Son materias que, de un momento a otro, parecen gozar de un cierto consenso de que ya no hay mucho mas que decir sobre ellas, como si fuesen hechos muertos y datos ya comprendidos y asimilados. Es una pena, pero hoy resulta complicado hallar discrepancias en torno a Godard, y los críticos de cine no lo discuten como antes. Quizás, porque eso significaría romper con una convención estética ya establecida, que no necesita de más compresión de la que ya tiene.

El año pasado me tocó ver en la ciudad de Chicago la última película de Godard, In Paraise of Love (2001) - en francés, Éloge de l’amour - y la verdad es que me sentí frente a una película hecha para ser de culto, pero más que nada, ante una de las más bellas excusas que he visto para reflexionar sobre filosofía, amor, historia y arte cinematográfico.

Es conocido que Godard es altamente sospechoso para las grandes masas norteamericana. Por ello la pequeña sala donde me tocó ver esta cinta daba la sensación de una reunión intelectual antes que de un espectáculo cinematográfico. La audiencia era estéticamente especial y la atmósfera solemnemente grave. Apostaría a que muchos de los ahí presente no habían asistido al cine hacía meses esperando una ocasión profética como ésta. Si eso no es un acto de culto, no sé qué otra cosa puede serlo.

La historia que construye Godard en In Paraise of Love es un pretexto para narrar su propia nostalgia por la modernidad, y en ese sentido, es un filme profundamente romántico. Es un relato cuyo primer componente es el desconcierto por los tiempos actuales, y las dos historias que traza la película - una en blanco y negro y la otra a color en video digital - pueden comprenderse como una metáfora de un mundo enceguecido por las promesas incumplidas de la propia modernidad.

Pero Godard no quiere abandonar esa indagación poética de las cosas. Por eso buena parte del metraje aparece como un recitado melancólico, silencioso y desesperado por revivir algún tiempo pasado, en donde los ideales tenían su lugar. Los personajes están vistos desde la desazón y la soledad, desde un mundo que parece construirse por sí solo y en que la pregunta por la unidad desaparece por completo. Y sin embargo, la película desea algo, otra cosa que no es capaz de decir, algo invisible que al final del día queda resonando como una música visual, como una poesía nunca antes vista.
Su acostumbrada tendencia a reflexionar (lo que más recuerdo es una referencia a Hannah Arendt) a ratos sobrepasa con tanta cita ensayística y metáfora poética, y la línea argumental se disipa por la fuerza de cada plano, que por separados construyen su propio relato. Pero ahí reside el hechizo de este fenómeno que es Godard, que nos obliga a sumergirnos en su refugio, en su orden, en su imaginación desatada para explorar, por medio de la palabra y la imagen, los territorios de su inefable universo. Y tal vez sea cierto: no hay más camino que la imagen, la ficción y el amor.
Hay pocas películas que dejen más en claro que filmar es, antes que nada, una cuestión de amor. Filmar es incomodidad frente al mundo, es distancia entre realidad y director, es, al fin de cuentas, un punto de vista comprometido. De ahí la insolencia e inconformismo de Godard por la violenta realidad que nos toca vivir. Para Godard quizás el cine es uno de los último lugares donde puede realizarse una esperanza, donde todavía hay espacio para sueños y admiraciones.

In Paraise of Love es un llamado de atención para recuperar a Godard como fenómeno nuevo e irrepetible. Godard ya no tiene necesidad de mostrar nada a nadie, somos nosotros los que tenemos que volver a pensarlo, a odiarlo o amarlo. Hay motivos de sobra para pensar que este director sigue vivo, abandonado a su propia epifanía, y que va mucho más allá de las teorías y esas cosas. Son sus propias películas las que se han encargado de no reducirlo a un manual de la nouvelle vague.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

esta película nunca llegó a chile ni tampoco espero que llegué. las películas de Godard hay que verlas parado para no quedarse dormido, pero esta bien que haya gente que comente este tipo de somníferos.

Roberto Arancibia dijo...

Bueno, esa es la gracias de las opiniones. Y Godard es Godard.
Me quedé con las ganas de ver la cinta Faces del post anterior y especialmente envidioso, en buena, por la de Capra.

Y otra cosa, off topic, Martín.
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R.