sábado, diciembre 17, 2005

MUSICA, 'GEPINTO'


Fue un día domingo en la Sala Master. Era el lanzamiento oficial del disco. Yo y dos amigos estábamos sentados al fondo de la sala apretujados entre medio de una multitud de público. Cuando terminó el concierto supimos de inmediato que acabábamos de presenciar algo realmente magnifico. Ninguno de los tres es bueno para levantar banderas, ni por la paz ni por el fútbol (aunque no es correcto, en su etapa colegial mis amigos fueron boy scouts) Pero ese día algo extraño pasó, y la causa fue común: había que adquirir lo antes posible el disco que acabábamos de escuchar.

Luego nos fuimos a comer algo a la Shell market de la esquina mostrando nuestras mejores sonrisas...

Desde esa fecha lo he escuchado más de cien veces; se lo muestro a mi hermana chica y lo recomiendo a los amigos, y aún creo que falta mucho para que me agote. Son de esos discos que uno escucha mientras se viste en la mañana para subir el ánimo hasta las nubes. Es por lejos de los discos más bellos y simples que he oído este último año.

Hay veces que me da por escuchar la canción número 2 y 4, en otras la número 5, que es lejos la más pop y pegote de todas. Pero mi predilecta es la número 12 (‘estilo internacional’) pacifica y enérgica al mismo tiempo, ideal para cantarla a todo pulmón.

Cuando Gepe canta algo nos recuerda y se vuelve inevitable la pregunta sobre qué tipo de música estarían componiendo en estos momentos gente como Víctor Jara o Violeta Parra.
Es un disco que muestra y esconde mucho. Un disco para parejas que no les importa bailar bien, pero que les encanta regalarse canciones. Lo mejor de todo es que tiene melodías fuera de temporada.

miércoles, diciembre 14, 2005

Sobre la crítica de cine y otras cosas


Una de las cosas destacables de la cultura gringa son sus gigantescas librerías. Es casi imposible no sentirse a gusto en librerías como Bordeas o Barnice & Nobles. Puedes permanecer una tarde entera mirando por la ventana como afuera cae la nieve y nadie te pregunta absolutamente nada. Una vez, por ejemplo, me tocó observar como un viejo ordenaba su colección de estampillas durante horas y nunca insinúo siquiera tomar un libro. Es corriente ver también a universitarios exhibiendo sus notebook, vagabundos abrigándose del frío e intelectuales leyendo el Times. Si estos sitios ocultan algo, no se nota o más bien no importa mucho: allí adentro se olvidan las estafas ideológicas y lo único que importa es ubicar un buen libro y un rincón para instalarse a leer. Son lugares extrañamente consoladores y la sensación de irrealidad que sobreviene al salir a la calle hace verse a uno mismo como un actor increíblemente afortunado.

La sección dedicada al cine es de las cosas que más impacta de éstas librerías. No miento si digo que eran corridas de pasillos de supermercados Jumbo los destinados al séptimo arte. Los libros van desde los textos clásicos de los grandes cineastas, pasando por volúmenes de las diez películas más taquilleras de la historia, hasta publicaciones específicas sobre el cine homosexual de post guerra. Tan excesivamente abundantes pueden llegar a ser estos lugares, que es posible hallar más de diez libros distintos sobre la filmografía Frank Capra. Eso sí: nunca se pude estar seguro hasta qué punto esta inmensa producción de textos sobre cine forma parte de la misma compulsión imperialista que lleva a los americanos a ser los número uno en el mundo en la carrera armamentista. El mercado Norteamericano lanza volúmenes sobre cine casi por combustión espontánea. ¿Cómo lo hacen? No sé.

Ese fue el primer descubrimiento en estas librerías. Más tarde, vendería el segundo: los libros de cine a veces entusiasman igual o incluso más que las propias películas. No sé en qué momento uno comienza a leer libros sobre películas que nunca ha visto y que quizás nunca verá. En mi caso, al parecer, esto se inició con Bailarina en la oscuridad del danés Laos Ovni Traer. Este filme se convirtió en uno de mis predilectos sin haberlo visto en la pantalla grande, simplemente leyendo una crítica acerca de él en la revista de cine El Amante. Luego, cuando fui a ver la película al cine Hoyts, recuerdo perfectamente la sensación de saber por qué estaba ahí sentado, y sobre todo, la certeza de que la película ya era un terreno amigo. Lo terrible del asunto es cuando la película que estas viendo es peor que lo que leíste sobre ella.

No me atrevería, de todas formas, afirmar que el cinéfilo es principalmente un lector. Ahora, ¿a quién no le gusta saber por qué razón esta viendo una película y no otra?. No conozco otra manera de saber de una película que no sea leyendo sobre ella. Pero ciertamente que hay otras clases de cinéfilos: están los que coleccionan películas, los que van al cine día por medio, los que critican las películas en medios como estos, etc. Lo que está claro al menos, es que los que leen sobre cine son los más narcisos de todos. Creen que por medio de ese ejercicio privado y solitario pasarán de lectores a grandes cineastas.

La fe en la escritura sobre cine es algo misterioso. Es comprensible en libros de filosofía o sociología, pero ¿podemos otorgarle a las críticas de cine valores superiores a las películas que comentan?. El francés Roland Barthes, uno de los más grandes estudiosos de la materia, decía que una buena crítica puede prescindir del objeto de estudio y convertirse en una pieza literaria autónoma. A tal extremo puede llegar esta idea, que la crítica de cine podría llegar a conformar un arte en sí mismo, clausurada en sus propios códigos estéticos.

Hubieron otros, sin embargo, en que su primer gesto de amor hacia el cine fue el ejercicio de la crítica. Antes de llegar a contar sus historias a la pantalla, los de la Nouvelle Vague fueron críticos de cine. Cada uno de los miembros de este grupo manifestó, por medio de la crítica, su pasión por el cine, su cariño y admiración por el oficio del cineasta. Y todo eso sin academicismos y retóricas sentimentaloides.

Hoy resulta complicado - entre tanta oferta en medios y librerías - saber cuáles son los escritos sobre cine que realmente valen la pena. Cada vez más vemos comentaristas de cine sometidos a las campañas comunicacionales de las industrias del celuloide, y menos críticas sinceras y arriesgadas. No se trata tampoco de trasformar a la crítica de cine en un lugar de trincheras y hermético en sus análisis. Lo insoportable sería que la crítica se entregase a la complacencia y esnobismo reinante, y perdiese su capacidad de enojo con el mundo. Esa furia es necesaria para la crítica, es una declaración de amor indispensable para la vida y el cine.

Cuando lo popular se vuelve culto y el cine algo más que una película














Desde sus primeras épocas el cine se preocupó por las grandes audiencias de público, por ese universo de multitudes común y corrientes que poco y nada tiene que ver con el hombre culto y meditabundo que vive rodeado de vanguardia y originalidad. En su inicio el cine fue diversión, entretenimiento, ejercicio lúdico entre producción documental y ficción. Eran cintas de sensibilidad popular, historias de la vida cotidiana confeccionadas con el entusiasmo de la novedad. A nadie se le ocurría, por aquel entonces, pronunciar la palabras “arte” para referirse al cine. Todavía era visto como una expresión vulgar y superficial.

Más adelante, cuando los temas se volvieron repetitivos, el cine empieza a mirar a los clásicos de la literatura, la Biblia o la misma historia como fuente de inspiración para sus producciones. Esto llevó a que una nueva clase de público se interesara por el cine, espectadores letrados, cultivados culturalmente, que hasta entonces despreciaban el cine por su escaso contenido artístico y por su orientación masiva. De apoco la desconfianza aristocrática comienza a ceder a partir del momento que la elite cultural descubre que las películas también tratan los “grandes temas”, en una época donde los valores culturales superiores se creían privilegio de otras áreas. Entonces, con la intención de conquistar a ese público profundo y celosamente desarrollado interiormente, el cine empieza adaptar piezas clásicas y se invitan incluso a los actores de la comedia Francesa para que las interpretaran.

Estos esfuerzos, sin embargo, no fueron suficientes para legitimar al cine como lenguaje propio y autosuficiente. Pero con el correr del siglo XX, y especialmente a partir del surgimiento de ciertos clásicos y teóricos del cine, éste comienza delimitar zonas autónomas respecto del resto de las artes, su ejercicio adopta signos singulares y de inmensa novedad estética. De esta forma, la lucha por la autonomía del cine comenzaba, con espectadores y autores cada vez más comprometidos con desarrollar una narrativa independiente y crítica en algunos casos.

Es en este momento cuando el cine inicia su camino por la academia y su estudio se convierte en una rama de las ciencias sociales y los estudios culturales. Los análisis cinematográficos aparecen en las aulas universitarias mezclados con marxismo y estructuralismo, y el status del cine se elevó a un nivel en que los mismos filósofos comienzan a estudiarlo. Desde ahora las películas no sólo cautivan la sensibilidad de las masas, sino también a los ilustrados e intelectuales, que aprovechan este nuevo formato para proyectar sus ideas, ideologías y visiones de mundo. Nace un campo cinematográfico distinto al de la industria del entretenimiento, bajo la idea (proveniente de Cahiers du Cinéma) de que la estética de una película puede constituir una política de autor, con concepciones del cine y del mundo enteramente subjetivas. Surgen al mismo tiempo públicos y revistas cada vez más especializadas, interesados en encontrar herramientas teóricas que permitan la lectura de los films.

Este proceso, que podríamos llamar de racionalización o reflexivización del cine, es mucho más complejo y extenso que los expuesto hasta aquí, y hoy en día es un fenómeno de una magnitud tan asombrosa, que resulta difícil separarlo de las formas como los propios individuos contemporáneos se representan el mundo. El cine penetró en la experiencia vivida de la gente, su imagen es tematizada, se acepta o rechaza en múltiples circuitos de la sociedad, en conversaciones informales o clases universitarias, todo lo cual hace imposible reducir su influencia a un solo ámbito, como se hacia antes. La fuerza de la trayectoria del cine se refleja en que trascendió lo estrictamente cinematográfico y, sus valores estéticos recorren el mundo sin discriminación: tanto el consumidor de cine experimental como el consumidor de comedias románticas ve satisfechas sus necesidades, uno buscando una excitación de tipo intelectual y el otro una forma de distracción capaz de hacerlo reír o llorar. Esta idea puede ser perturbadora para quien pretenda definir la esencia del cine de una vez y para siempre, pero reveladora para quien ve en el cine y su historia un sistema que ha logrado integrar universos que parecían antagónicos, el de la entretención y la reflexión, lo popular y lo culto.

En apenas cien años de vida, y eso es lo increíble, el cine ha logrado acceder no sólo a la historia de las artes, sino también a la historia del entretenimiento y el conocimiento. Observar la historia del cine y los distintos momentos por los cuales ha atravesado para conformar propiamente un lenguaje, es imprescindible para comprender los nuevos procesos que se vienen. Queda esperar nuevas historias. Sí, nuevas historias.