miércoles, diciembre 14, 2005

Cuando lo popular se vuelve culto y el cine algo más que una película














Desde sus primeras épocas el cine se preocupó por las grandes audiencias de público, por ese universo de multitudes común y corrientes que poco y nada tiene que ver con el hombre culto y meditabundo que vive rodeado de vanguardia y originalidad. En su inicio el cine fue diversión, entretenimiento, ejercicio lúdico entre producción documental y ficción. Eran cintas de sensibilidad popular, historias de la vida cotidiana confeccionadas con el entusiasmo de la novedad. A nadie se le ocurría, por aquel entonces, pronunciar la palabras “arte” para referirse al cine. Todavía era visto como una expresión vulgar y superficial.

Más adelante, cuando los temas se volvieron repetitivos, el cine empieza a mirar a los clásicos de la literatura, la Biblia o la misma historia como fuente de inspiración para sus producciones. Esto llevó a que una nueva clase de público se interesara por el cine, espectadores letrados, cultivados culturalmente, que hasta entonces despreciaban el cine por su escaso contenido artístico y por su orientación masiva. De apoco la desconfianza aristocrática comienza a ceder a partir del momento que la elite cultural descubre que las películas también tratan los “grandes temas”, en una época donde los valores culturales superiores se creían privilegio de otras áreas. Entonces, con la intención de conquistar a ese público profundo y celosamente desarrollado interiormente, el cine empieza adaptar piezas clásicas y se invitan incluso a los actores de la comedia Francesa para que las interpretaran.

Estos esfuerzos, sin embargo, no fueron suficientes para legitimar al cine como lenguaje propio y autosuficiente. Pero con el correr del siglo XX, y especialmente a partir del surgimiento de ciertos clásicos y teóricos del cine, éste comienza delimitar zonas autónomas respecto del resto de las artes, su ejercicio adopta signos singulares y de inmensa novedad estética. De esta forma, la lucha por la autonomía del cine comenzaba, con espectadores y autores cada vez más comprometidos con desarrollar una narrativa independiente y crítica en algunos casos.

Es en este momento cuando el cine inicia su camino por la academia y su estudio se convierte en una rama de las ciencias sociales y los estudios culturales. Los análisis cinematográficos aparecen en las aulas universitarias mezclados con marxismo y estructuralismo, y el status del cine se elevó a un nivel en que los mismos filósofos comienzan a estudiarlo. Desde ahora las películas no sólo cautivan la sensibilidad de las masas, sino también a los ilustrados e intelectuales, que aprovechan este nuevo formato para proyectar sus ideas, ideologías y visiones de mundo. Nace un campo cinematográfico distinto al de la industria del entretenimiento, bajo la idea (proveniente de Cahiers du Cinéma) de que la estética de una película puede constituir una política de autor, con concepciones del cine y del mundo enteramente subjetivas. Surgen al mismo tiempo públicos y revistas cada vez más especializadas, interesados en encontrar herramientas teóricas que permitan la lectura de los films.

Este proceso, que podríamos llamar de racionalización o reflexivización del cine, es mucho más complejo y extenso que los expuesto hasta aquí, y hoy en día es un fenómeno de una magnitud tan asombrosa, que resulta difícil separarlo de las formas como los propios individuos contemporáneos se representan el mundo. El cine penetró en la experiencia vivida de la gente, su imagen es tematizada, se acepta o rechaza en múltiples circuitos de la sociedad, en conversaciones informales o clases universitarias, todo lo cual hace imposible reducir su influencia a un solo ámbito, como se hacia antes. La fuerza de la trayectoria del cine se refleja en que trascendió lo estrictamente cinematográfico y, sus valores estéticos recorren el mundo sin discriminación: tanto el consumidor de cine experimental como el consumidor de comedias románticas ve satisfechas sus necesidades, uno buscando una excitación de tipo intelectual y el otro una forma de distracción capaz de hacerlo reír o llorar. Esta idea puede ser perturbadora para quien pretenda definir la esencia del cine de una vez y para siempre, pero reveladora para quien ve en el cine y su historia un sistema que ha logrado integrar universos que parecían antagónicos, el de la entretención y la reflexión, lo popular y lo culto.

En apenas cien años de vida, y eso es lo increíble, el cine ha logrado acceder no sólo a la historia de las artes, sino también a la historia del entretenimiento y el conocimiento. Observar la historia del cine y los distintos momentos por los cuales ha atravesado para conformar propiamente un lenguaje, es imprescindible para comprender los nuevos procesos que se vienen. Queda esperar nuevas historias. Sí, nuevas historias.

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