miércoles, diciembre 14, 2005

Sobre la crítica de cine y otras cosas


Una de las cosas destacables de la cultura gringa son sus gigantescas librerías. Es casi imposible no sentirse a gusto en librerías como Bordeas o Barnice & Nobles. Puedes permanecer una tarde entera mirando por la ventana como afuera cae la nieve y nadie te pregunta absolutamente nada. Una vez, por ejemplo, me tocó observar como un viejo ordenaba su colección de estampillas durante horas y nunca insinúo siquiera tomar un libro. Es corriente ver también a universitarios exhibiendo sus notebook, vagabundos abrigándose del frío e intelectuales leyendo el Times. Si estos sitios ocultan algo, no se nota o más bien no importa mucho: allí adentro se olvidan las estafas ideológicas y lo único que importa es ubicar un buen libro y un rincón para instalarse a leer. Son lugares extrañamente consoladores y la sensación de irrealidad que sobreviene al salir a la calle hace verse a uno mismo como un actor increíblemente afortunado.

La sección dedicada al cine es de las cosas que más impacta de éstas librerías. No miento si digo que eran corridas de pasillos de supermercados Jumbo los destinados al séptimo arte. Los libros van desde los textos clásicos de los grandes cineastas, pasando por volúmenes de las diez películas más taquilleras de la historia, hasta publicaciones específicas sobre el cine homosexual de post guerra. Tan excesivamente abundantes pueden llegar a ser estos lugares, que es posible hallar más de diez libros distintos sobre la filmografía Frank Capra. Eso sí: nunca se pude estar seguro hasta qué punto esta inmensa producción de textos sobre cine forma parte de la misma compulsión imperialista que lleva a los americanos a ser los número uno en el mundo en la carrera armamentista. El mercado Norteamericano lanza volúmenes sobre cine casi por combustión espontánea. ¿Cómo lo hacen? No sé.

Ese fue el primer descubrimiento en estas librerías. Más tarde, vendería el segundo: los libros de cine a veces entusiasman igual o incluso más que las propias películas. No sé en qué momento uno comienza a leer libros sobre películas que nunca ha visto y que quizás nunca verá. En mi caso, al parecer, esto se inició con Bailarina en la oscuridad del danés Laos Ovni Traer. Este filme se convirtió en uno de mis predilectos sin haberlo visto en la pantalla grande, simplemente leyendo una crítica acerca de él en la revista de cine El Amante. Luego, cuando fui a ver la película al cine Hoyts, recuerdo perfectamente la sensación de saber por qué estaba ahí sentado, y sobre todo, la certeza de que la película ya era un terreno amigo. Lo terrible del asunto es cuando la película que estas viendo es peor que lo que leíste sobre ella.

No me atrevería, de todas formas, afirmar que el cinéfilo es principalmente un lector. Ahora, ¿a quién no le gusta saber por qué razón esta viendo una película y no otra?. No conozco otra manera de saber de una película que no sea leyendo sobre ella. Pero ciertamente que hay otras clases de cinéfilos: están los que coleccionan películas, los que van al cine día por medio, los que critican las películas en medios como estos, etc. Lo que está claro al menos, es que los que leen sobre cine son los más narcisos de todos. Creen que por medio de ese ejercicio privado y solitario pasarán de lectores a grandes cineastas.

La fe en la escritura sobre cine es algo misterioso. Es comprensible en libros de filosofía o sociología, pero ¿podemos otorgarle a las críticas de cine valores superiores a las películas que comentan?. El francés Roland Barthes, uno de los más grandes estudiosos de la materia, decía que una buena crítica puede prescindir del objeto de estudio y convertirse en una pieza literaria autónoma. A tal extremo puede llegar esta idea, que la crítica de cine podría llegar a conformar un arte en sí mismo, clausurada en sus propios códigos estéticos.

Hubieron otros, sin embargo, en que su primer gesto de amor hacia el cine fue el ejercicio de la crítica. Antes de llegar a contar sus historias a la pantalla, los de la Nouvelle Vague fueron críticos de cine. Cada uno de los miembros de este grupo manifestó, por medio de la crítica, su pasión por el cine, su cariño y admiración por el oficio del cineasta. Y todo eso sin academicismos y retóricas sentimentaloides.

Hoy resulta complicado - entre tanta oferta en medios y librerías - saber cuáles son los escritos sobre cine que realmente valen la pena. Cada vez más vemos comentaristas de cine sometidos a las campañas comunicacionales de las industrias del celuloide, y menos críticas sinceras y arriesgadas. No se trata tampoco de trasformar a la crítica de cine en un lugar de trincheras y hermético en sus análisis. Lo insoportable sería que la crítica se entregase a la complacencia y esnobismo reinante, y perdiese su capacidad de enojo con el mundo. Esa furia es necesaria para la crítica, es una declaración de amor indispensable para la vida y el cine.

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