martes, octubre 18, 2005


No hago películas para agradar al mundo.


“Me repugna mirar todas aquellas caras, la mayoría de ellas sonrientes. Eran caras sin carácter, vacías, muy al estilo Hollywood, absolutamente horripilantes”. Charles Bukowski

Mi debut con el cine de John Cassavetes se produjo en circunstancias derechamente abstractas. No fue en el teatro Normadie ni un Ciclo de Cine Independiente. Llegué a este realizador por recomendación de father George, un cura de Bangladesh de 37 años de edad, que con la fe de un convertido me enseñó una de las películas menos clasificables.

Corría Noviembre del año pasado Estados Unidos. El frió y la nieve, hicieron de esos días los más cinematográficos de todos. La necesidad de conectarse con los monstruos hipnóticos como decía Pasolini, se volvió hábito, y fue algo razonable a la hora de encontrar compañía. Todos los días caminaba a la videoteca de la universidad para encontrar alguna película nueva. La rubia del mesón ya me conocía, y nunca dejó de ayudarme cuando tenía problemas para hallar las cintas. Con el tiempo esas sesiones diarias se tradujeron en obsesión. Me levantaba en la mañana revolviendo en mi cabeza qué película iba a ver, y, con esa misma disposición, vi películas que nunca habría pensado ver, traicionando tal vez muchos de mis planes. En la mitad de los casos se trataban de cintas que ningún cinéfilo serio aceptaría, películas idealizantes que no tenían ninguna otra función que hacer más llevadero los días. Nunca logré, después de todo, escapar a la sensación de simulacro que dejan esos filmes. A eso todavía le doy vueltas, y en parte por eso escribo.

Fue por esos días que inicié un proceso de intercambio cinematográfico con father George. Él también era un asiduo visitante de la videoteca. Una característica, aparte de su peinado regalón y sus anteojos poto de botella, es que cada vez que nos encontrábamos me decía: “I have a masterpiece for you” y, acto seguido, sacaba de entre sus manos, con su cara llena de alegría, una película nueva para mostrarme. Juntos vimos It´s a Wonderful Life –Capra-, The Serchers –Ford-, The Wild Bunch –Peckinpah- y quizá una de las mejores obras Kubrick, Full Metal Jacket. En cambio, yo le mostré cosas más modernas como Contra Viento Marea. A esas alturas, ya se había tendido una amistad entre los dos, y era un clásico que después de la película me invitará un café para conversar.

Un buen día llegó agitado contándome que había visto Faces de Cassavetes, realizador que hasta esa fecha yo sólo conocía de nombre. Al parecer, la cinta le había producido un fuerte efecto de realidad, pues lo vi insólitamente desconsolado, como haciendo señas de algo que no podía creer. Me desalentó, eso sí, saber que no me había esperado para verla juntos; esa era una de las condiciones de nuestra amistad.

La vi sólo finalmente. En Faces –1968- hay un matrimonio en crisis, amigos y cuerpos descontrolados, rostros de dolor y de odio, mentes intoxicadas por el alcohol y un intento de suicidio. La película -rodada en la propia casa de Cassavetes- consigue describir una desolación existencial a través de personajes salvajes, heridos por la vida y al borde de la alienación en algunos casos. Casi toda la acción ocurre en un mismo lugar, en la casa de una mujer, donde la cámara en mano y algunas imágenes desenfocadas, dan la sensación de un ritual desaforado, donde el control emocional sólo puede expresarse a través del cuerpo. Según Eduardo Russo -crítico de cine argentino- Deleuze alguna vez mencionó que el cine de Cassavetes era un cine de los cuerpos, un cine donde la acción va más allá del control cerebral. Se compara su intensidad en el tratamientos de los rostros con el de Dreyer en La pasión de Juana de Arco. La diferencia es que en Cassavetes, detrás de esos cuerpos y rostros, cuesta más descubrir algo, todo luce tal como se muestra, y no parece haber un nivel de apariencia y otro de verdad. La psicología interna parece desvanecerse ante la presencia física de los personajes, que en la película se expresa con la euforia de la autodestrucción. A simple vista, ésta es la película de alguien que no espera mucho de los seres humanos, aunque, como su título lo indica, su fuerza radica en la interrogación que hace a los rostros, como máscaras culturales que, tarde o temprano, perecerán. Faces es una película que posee el espíritu de la generación beat, escupe sobre el "American Way of life". Es un filme de mucho movimiento y humo de cigarro, improvisada al ritmo del jazz y el alcohol, con monólogos catárticos y cuerpos extremadamente cercanos. Como dijo father George, es un filme que parece verdad. En Cassavetes no hay distinción entre arte y vida.

John Cassavetes nació el 9 de diciembre de 1939 y murió el 3 de febrero a los 50 años de edad producto de una cirrosis hepática. Como Bukowski, fue un infatigable gozador, bebedor y fumador. Un fanático del jazz que alcanzó a realizar 12 producciones -Shadows fue su ópera prima en 1958-. Su bajo presupuesto a la hora de filmar y su patético modo de representar la vida norteamericana lo convirtió en el padre de la escena underground y figura insigne del cine off-Hollywood, que más tarde llamarían independiente. Fue dramaturgo, actor y pintor, y uno de los cineastas más importantes de las últimas décadas.

Father George me dijo que Dios estaba olvidado, principalmente en películas como Faces. No sé. Quedémonos con una idea del propio cineasta: “No hago películas para agradar a todo el mundo, sino para que cada espectador entienda lo que tiene de humano.”

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