domingo, abril 30, 2006

Dogville y Kill Bill: de la épica moral a superman




Kill Bill y Dogville coinciden en una cosa: son películas que surgen para trasformarse en referentes. Ese es el punto de unión de dos de los filmes más ambicioso y paradigmáticos del último tiempo. Encarnan dos formas de representar el mundo, dos maneras contrarias de hacer y de amar al cine. Son cintas construidas sobre premisas sustancialmente antagónicas y, por eso mismo, sus diferencias van más allá de una cuestión estética.

El director de Contra viento y marea (Lars Von Trier) es danés, pequeño país de un poco más de 5 millones de habitantes que ha dado luz a figuras emblemáticas de la cultura nórdica como Kierkegaard y Dreyer, cumbre del cine mudo y religioso. El cine de Von Trier (VT) hay que entenderlo en este contexto, a la luz de una tradición cruzada por interrogantes religiosas y metafísicas, y donde la vocación moralizadora ocupa un lugar fundamental. La obra de VT es la versión contemporánea y sofisticada de este imaginario. Su interés es que el espectador moderno comprenda los datos que hacen posible el surgimiento de mal, y apelar a la existencia de un mal es un asunto claramente metafísico y moral. En las películas de VT siempre hay un mal encarnado: ya sea en un policía, en una industria, en un pueblo, etc.

Es que si a nadie le importa que el mundo sea un infierno, el programa fílmico de V T - como dice Camila van Diest en una columna - representa un “hecho político” que pone en evidencia el mal, la hipocresía y el calvario que puede ser la vida sobre la tierra. El creador del movimiento Dogma 95 y Bailarina en la oscuridad persiste en Dogville con los “grandes” temas, esos que se ubican del lado de la historia y los análisis filosóficos. Es más, ni siquiera importa el mensaje exacto de la cinta, si acaso es “una denuncia tenaz de las operaciones de ocultamiento y engaño desplegadas por el sistema de comunicación de masas estadounidense” o la constatación de salud del alma humana: sabemos que para VT el infierno gobierna sobre todas las cosas y la tarea de su cine consiste en registrarlo y escenificarlo. Su obra nunca es frívola, sus cintas son un mapa de denuncia que da cuenta de un mundo sórdido y cruel que ha perdido verdad.

Insistamos. El de VT es un cine de la sospecha y el compromiso. Filma desde la obligación moralizante y la cámara aparece como un instrumento de verdad y crítica contra la banalidad e insipidez de las cosas. Por ello busca desligarse de los artificios de las grandes producciones, y su formula para establecer esa anhelada diferencia con los productos estandarizados fue volver a la pureza del cine, a lo imperfecto, natural, espontáneo. A pesar de esto, el tono solemne y distanciado que inunda su discurso no logra desaparecer, un discurso que funciona a fuerza de develar y conmover antes que divertir y jugar. VT sabe hallar en el cine los instrumentos privilegiados para provocar e incomodar, pero son recursos que operan sobre temáticas epopéyicas, tragedias completas y desgarradoras, haciéndole el quite a los sucesos livianos e intrascendentes que podríamos notar en productos como Kill Bill. Da la impresión que VT dice "al diablo con nuestros tiempos postmodernos" para revindicar la posibilidad de un cine “rebele” frente a lo contemporáneo.

En el polo opuesto está Kill Bill, que representa todo lo que VT aborrece: es el culto a la forma y a la imposibilidad de determinar grandes críticas. Quintin Tarantino (QT) se cierra a los problemas exteriores para abrirse a las diversas formas de la representación internas al cine. Le interesa el cine clausurado en sí mismo, es decir, la autorreferencialidad del lenguaje, que no es otra cosa que un homenaje permanente a sus obsesiones cinematográficas. Lo que hace QT es tomar la historia del cine y contarla en sus términos, con sus ritmos y preferencias. Sus filmes exacerban el carácter ficcional, fabulador y artificioso del cine para llenarnos la cabeza con fragmentos de un mundo globalizado y ultra estetizado.

Si lo definidor del realizador danés es su voluntad desafiante contra la sociedad post, QT se afirma de ella para saturar sus filmes de elementos propios de una cultura de masas. Mientras el marco referencial de uno es la misa luterana protestante, el de QT son las películas de kung fu, la música pop y los superhéroes como superman. El estilo ascético y abstracto de Dogville en Kill Bill se rompe en una multiplicación de referencias y citas, entrecruzándose múltiples estéticas, canciones, razas y personajes. De este modo, se desjerarquiza y ablanda la moral de VT, y el desplazamiento y la no fijación son los rasgos fundamentales de un cine marcado por la parodia y la apropiación de códigos diversos. En el cine del director de Pulp Fiction no existe ninguna voluntad cívica, social ni mucho menos religiosa, a lo más encontramos una sesión de patadas coreográfica y torturas violentas de mucho sacrifico. El cine de QT hace suyo lo profano de la cultura actual y expresa su movimiento a través de personajes simples a la manera del cómics y una constante intertextualidad cinéfila.

Ahora, tanto VT como QT sitúan a la mujer en el centro de muchos de sus relatos. Pero mientras en las cintas del primero (Los idiotas, Contra viento y marea, Bailarina en la oscuridad y Dogville) la mujer aparece como la depositaria ingenua del sacrificio y la santidad, el objeto encargada de llevar la denuncia y el grito de auxilio del director; en QT el arquetipo femenino pelea por la propia felicidad a cualquier precio y a través de un fuerte individualismo, que la puede llevar a descavar su propia tumba con tal de rescatar la persona amada, en este caso su hijo. De este modo, si Dogville busca capturar procesos y comprobar tesis morales sobre la humanidad, la única apelación seria que encontramos en Kill Bill es a la diversión y al vértigo. Este es un cine ajeno a todo juzgamiento ético, y nace de una cultura donde la forma de la imagen se vuelve más omnipresente que su contenido y donde la ausencia de principios totalizadores nos vuelca hacia el juego, la ironía, el guiño, en resumen, hacia la ficción descontrolada.

Son cines que encuentran en las antípodas, pero ambos son paradigmáticos y notables en sus propuestas. Dogville es una crítica escéptica a la moral estadounidense, y Kill Bill una celebración explosiva de los signos y características contemporáneas. Los dos son proyectos abarcadores (Dogville forma parte de una trilogía sobre Estados Unidos y Kill Bill incluiría Vol.3) pero con concepciones radicalmente opuestas. Von Trier es un realizador imbuido de moral y solemnidad, dos características esenciales de un cine épico. El cine de QT en cambio, es algo así como la muerte de la épica y la burla a la moraleja, es básicamente una lectura descanonizada, irónica e híbrida de la realidad. En fin, estas diferencias reflejan el buen estado en que se encuentra el arte del cine, que es capaz generar no sólo películas, sino también referentes culturales mucho más amplios.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me parece que la gracia de Von Trier es que trabaja con esteriotipos, con modelos exagerados de la realidad. De esa manera logra meterse en las contradicciones y ambivalencias de la condición humana. Así que esta lejos de un esfuerzo por mostrar la "realidad" tal cual es (qué es la realidad por lo demás?).