domingo, abril 30, 2006

Eso de las buenas y malas pelìculas



Cómo saber cuando se está frente a una buena película. Es una pregunta extremista, incluso inútil, pero que en más de una ocasión lo ha perseguido a uno. Pero la verdad es que da placer simplificar las cosas y decir esta película es buena y esta otra no. Si uno lo piensa, es una forma distinta de aseverar el mundo, de tener una interpretación sobre él.

Son muchos los que han buscado definir qué es una la buena película y, generalmente, dicen la misma frase celebre: las obras maestras, las buenas películas, son aquellas que se adelantan a su tiempo cuando nacen, y con el tiempo se convierten en clásicos inolvidables. El cine, y el arte en general, parece demasiado real para este tipo de sentencias; por eso me inclino a pensar que no existe una respuesta a la pregunta que planteaba al comienzo, sino sólo aproximaciones.

Nadie tendría por qué interesarse en mi visión personal sobre qué es una buena película. Sin embargo, admito que amo las películas casi tanto como hablar de ellas. Si hay algo que puede ser tan lindo como el cine, eso es compartir el placer que uno ha sentido contemplando una determinada película. Tal vez por eso me gustan los directores de la nouvelle vague: leer lo que ellos dicen sobre las películas produce el mismo placer que ver sus películas, e incluso más. Son directores que comenzaron haciendo cine mediante la escritura de lo que ellos creían debía ser una buena película.

Aun cuando tuviese las mejores intenciones, no quiero que esto se tome como una declaración, ni tampoco como una defensa de un determinado tipo de cine. Esto no es una declaración ni principios ni de finales. Ni yo sé muy bien de qué se trata.

Personalmente, creo que una buena película se construye de contradicciones. Son obras que siempre transportan una sobreabundancia de interpretaciones, muchas de ellas paradójicos e insólitas. Son construcciones obsesivas, pero que despliegan todas las posibilidades y potencialidades que les permite esa misma obsesión.

Son cintas, no obstante, que superan el alcance de esas mismas interpretaciones, convirtiéndose en hechos irreductibles.

André Bazin —padre intelectual de la nouvelle vague— llegó a decir que un filme es más realista en la medida en que es más contradictorio y errático, ya que la vida misma es así, paradójica e indeterminada. En efecto, a través de las paradojas las grandes películas nunca terminan de explicarse. Por más estudios que se realicen, sus desmesuras y contradicciones las convierten en artículos resistentes a la definición. Son películas siempre capaces de darnos a percibir un dato nuevo de la realidad; crean universos únicos que derrumban los prejuicios estéticos y morales, relativizan el tamaño de nuestras verdades y ambiciones. Alientan, en suma, una sana desconfianza hacia la realidad, estableciendo órdenes o desórdenes que parecían imposibles.

El hombre sin pasado, es una de estas obras maestras de las que hablo, que narra la historia de un hombre que debe reconstruir su vida desde la ausencia de recuerdos, es decir, desde la no-memoria. Aquí la paradoja es la siguiente.

Un hombre sin pasado ni recuerdos es de por sí un conflicto filosófico y metafísico radical. Alguien que no tiene pasado ni memoria, es alguien incapaz de remontarse a su origen, y más radicalmente, de hacer presente ante sí lo que está materialmente ausente. Esta imposibilidad del protagonista de revivir el tiempo en que su vida tuvo origen, lo convierte en un ser carente de nostalgia y melancolía. En estricto rigor, no habría por qué haber nostalgia si no hay pasado. Sin embargo, y aquí la paradoja, el filme deja sentir una nostalgia, una especie de carencia o ausencia, y por consiguiente, el deseo de tender hacia algo que no sabemos exactamente qué es, pues el filme no declama sus intenciones tan explícitamente como el cine “arte” de Noé.

La película revela una falta, alude a la ausencia de algo, pero la sublima a través una luz apasionada y pura que coloca en cada una de los encuadres. Es que la historia capta una naturaleza fabulosa y surrealista, extraña y vital, irreverente y ejemplar al mismo tiempo. El finlandés Kaurismaki construye en este filme un lugar de felicidad y luminosidad, un mundo donde la soledad y la pesadumbre existencial se contrastan con una bondad y solidaridad inmensas, donde el gesto más mínimo y efímero brilla de dignidad y trascendencia y donde las cosas se desembarazan de sus excentricidades e ínfulas y reconocen su preciosa simplicidad. He aquí, la segunda paradoja: Kaurismaki crea, a partir un orden de desechos y suciedad, de seres desdramatizados y taciturnos, un mundo superior, poético y esplendoroso. Las escenas El hombre sin pasado resurgen con esplendor, con una verdad que no parece de este mundo. Es una película en la que gustaría vivir, porque se sostiene de sensaciones sencillas, risueñas, agradables y emocionalmente justas. La película postula a un estado de plenitud incompatible en la sociedad capitalista actual, plagada de sufrimiento e injusticias. El hombre sin pasado es una película para saber ser feliz.

Mediante un humor exquisitamente absurdo, este filme, más que hablar del mundo mediante un tono filosófico y denso, se apodera de él con franqueza y conmovedora elegancia, lo hace suyo mientras dura la proyección, lo observa y da significado según sus propias reglas y estereotipos. Y como una fábula moral, la cinta concluye con los buenos por un lado, y los malos por otro, pero al son de un rock and roll energético que choca irónicamente con los rostros decaídos de los personajes. ¿Otra contradicción más?. Probablemente, pero esa es su gracia principal.

Entre paréntesis. Ahora que termino estas líneas pienso y releo lo que cabo de escribir. Me gustó más la primera parte que la segunda, donde hablo de la película. Está parte es un poco excesivamente adjetivada, con adjetivos que más que mostrar la película, muestran mi propio entusiasmo por la película. Ejemplos: fabulosa y surrealista / extraña y vital / irreverente y ejemplar / superior, poético y esplendoroso. Pido disculpas por eso.

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