domingo, abril 30, 2006

Raul Ruiz

“La única condición para entender esta película, que es muy compleja para cualquiera, es ser chileno”.


Raúl Ruiz es chilote, y uno de los directores más prolíficos, difíciles y extraños del mundo. Su extensa filmografía transita por terrenos y formatos disímiles: digital, video, televisión, Hollywood, teatro, cine comedia y terror. Su obra ha sido tildada de filosófica y hermética, pero no podemos agotarla en eso. En buena medida el cine de Ruiz nace—desde sus tres tristes tigres—como una reflexión sobre el poder de la representación, como una revisión crítica del lenguaje y las formas narrativas tradicionales del cine. Por eso sus cintas sugieren otra cosa, un sentido o relato paralelo, se abren siempre más allá de los límites de la obra y trazan zonas insospechadas, oníricas y retorcidas, pero posibles, siempre imaginables.

La sensibilidad barroca de Ruiz lo hace un cineasta misterioso, poético, pero sobre todo irónico. Las películas de Ruiz, aún en su indescifrable estructura, perecen siempre la parodia de algo. Una parodia a la chilena, pícara, confusa y dispersa en su forma de mostrar las cosas. A esto se suma su obsesión por el habla chilena y sus incoherencias lingüísticas, sus fracturas. Ese chileno modo de hablar sin pensar lo que se dice, esa “capacidad que tienen los chilenos de ser tautológicos y contradictorios al mismo tiempo, lo que no deja ser una hazaña lógica”. Ese lugar del malentendido, de la autoironía, parece ser lo que Ruiz tiene a la vista al colocar su mirada sobre Chile de hoy. Y es justamente esa picardía la que altera la mirada del espectador y provoca la risa maliciosa y cómplice, que convierte a Cofralandes en una obra hoy imprescindible.

Cofralandes es como un acertijo. Son demasiadas cosas en una: una historia sobre Chile, una autobiografía espiritual e intelectual, una reflexión sobre el “ser-saje” criollo, una ensayo estético, un recitado nostálgico sobre el Chile que se fue, una acumulación de recuerdos y fantasías, una exposición de juegos verbales y narrativos; en fin, demasiadas pistas por encajar. Tal vez por eso el presupuesto de Ruiz en esta serie de impresiones sobre Chile, es que toda película es una posibilidad incompleta, insuficiente por si sola, pero susceptible de ser retomada y reinterpretada en otras historias. Desde el minuto en que hay alguien que dice “corten” y cierra una escena, sabemos que una película se constituye de fragmentos encadenados para formar un sentido. Pero parece que Ruiz no pone su atención en la orientación de ese sentido, sino en su desorientación, en los fragmentos de película que quedan flotando, abiertos a nuevas construcciones. Al espectador no se le indica un sentido, ni se señalan claramente los senderos a seguir. Cofralandes parece pues, un desafío al espectador a que combine las piezas y resuelva el acertijo.

No puede olvidarse, que no nos encontramos aquí con una película surrealista, sino con un documental, en el sentido más lúdico que permita el término. Un documental que no va en busca de una realidad dada, absoluta, sino de una realidad pudorosa, una realidad que gusta de ocultarse. Cofralandes muestra una realidad camuflada a través de vidrios empañados, de juegos de reflejos y desencajes, donde todo parece un descalce entre lo que vemos y lo que oímos, entre lo prometido y lo que se ve (de pronto creemos estar en Patronato y resultan ser las calles de Tokio) entre el enlace y el desenlace. En este juego, toda materia es significativa: un hombre cantando cueca, un trompo dibujando líneas en una cancha de arena, un inglés persiguiendo suicidios. No hay desechos, ni sobrantes pero sí un intento por hacer del relato algo improbable, algo que continuamente se nos escapa.

Ahora ¿por qué Ruiz optó por esta forma inconexa de mostrar Chile?. Cofralandes muestra un Chile que no puede acabarse en una sola versión, un país contradictorio, fantasioso, lúdico, lleno de mañas y ritos, de payas y chacoteo, un país que no termina nunca de hacerse. Un Chile como los chilenos, como el propio Ruiz, disperso, paradójico, con un particular sentido del humor.



Quizá la trampa de la filmografía de Ruiz sea tomársela demasiado en serio, con excesiva gravedad, cuando en realidad sus películas reflejan más la mente de un niño travieso que la de un académico. Ruiz trabaja con ese humor corrosivo pero poderosamente lúcido, con un lenguaje original, que desafía convenciones y lugares comunes, ofreciendo así un cine de resistencia dentro de los cánones actuales. Son estas características las que hacen de Ruiz un Autor por excelencia, que deja sus conflictos y obsesiones en la pantalla, que produce (y no re—produce ) a Chile en la pantalla. Por eso Cofralandes marca una importante diferencia dentro de la filmografía nacional.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

He visto solo una película de Raúl Ruiz, la que me dejó marcando ocupado. Días de Campo es una película que encanta. Le recomiendo al que no la haya visto, que la vea.
Saludos

Anónimo dijo...

Concuerdo con la idea de que el cine de Raúl Ruiz, y el de otros autores como Godard o Antonioni, es hermético en la medida en que uno se plantee frente a sus películas como un espectador con un molde predeterminado a la espera de una narración de manual.

Ver una película es entrar en los códigos particulares del autor, desde los cuales intenta mostrar su visión del mundo. De esa manera, aún entendiendo apenas los créditos de algunas de sus películas, es como disfruto cada obra de Raúl Ruiz. Recomiendo a quienes no las han visto: La recta Provincia, La comedia de la Inocencia y Diálogos de exiliados.

Anónimo dijo...

Quiero plantear una pregunta solamente:

¿por qué razón las películas de R. Ruiz son tan aplaudidas en Europa y aquí solamente los "entendidos" lo valoran y a lo más lo pasan en la televisión a bierta (TVN) a las 11 de la noche cuando todo el mundo duerme?

etebe dijo...

Lo mas cierto es eso de no tomarselo muy en serio, porque si se lo hace, no se lo entiende. Hay que mantenerse chileno para comprender a Ruiz.
Lo conocí una vez, hace unos 20 años, en la casa de la agregada cultural de Francia en Santiago. Comimos los tres. La conversación fluyó de una historia a otra, de una fábula a otra aun mas fantástica, y siempre, siempre, con una vuelta a Chiloe, la verdadera patria de Ruiz.

martin dijo...

Aquí en Paris la muerte de Ruiz a provocado una verdadera conmoción en el mundo del cine. Es lindo ver y escuchar tantos reportajes y entrevistas dedicado a este personaje. Se lo respeta mucho por haberse atrevido poner a Marcel Proust en el cine, y se dice que solamente una persona con una concepción prousitiana del arte y el mundo, podía hacer una película sobre Le Temps retrouve.